por María Magdalena Ziegler D.
Aunque no fue es la pintura por la que es hoy querido y apreciado en España y en la Historia del Arte español, Joaquín Sorolla pintó en 1884 la enorme obra (400 cm × 580 cm) titulada Defensa del parque de artillería de Monteleón sobre el Levantamiento del Dos de Mayo de 1808. Sin embargo, será Francisco de Goya y Lucientes quien se lleve el honor de adquirir verdadera fama gracias a lo que él mismo vería como testigo presencial de los sucesos.
Este año 2018, marca 210 años del citado Levantamiento madrileño en la historia de España, cuando las fuerzas de resistencia espontánea se enfrentaron al ejército francés de ocupación en Madrid. La historia del arte recuerda esta fecha con especial atención debido a las dos obras de Goya que le inmortalizaron.
El maestro de la pintura española realizó dos obras indispensables hoy para la comprensión del suceso: El 2 de Mayo en Madrid o la lucha con los mamelucos y El 3 de Mayo en Madrid o los fusilamientos de la montaña del Príncipe Pío. Aunque la segunda ha sido mucho más reproducida que la primera, las dos pinturas fueron concebidas por Goya para ser exhibidas en conjunto. Ambas constituyen un programa iconográfico.
A comienzos de 1814, Goya solicita al Consejo de Regencia de España apoyo financiero para la realización de dos obras de gran formato que permitan perpetuar las heroicas acciones del levantamiento del pueblo de Madrid contra el tirano de Europa, Napoleón Bonaparte. El dinero le fue concedido al maestro con gran celeridad y rápidamente se puso a trabajar.
En el primer lienzo, Goya muestra una escena del levantamiento que iniciaría la Guerra de Independencia española contra la ocupación francesa. Este levantamiento se realizó contra los efectivos turcos de las milicias francesas, pero al ver la obra ni entonces ni ahora es posible evitar que la memoria haga referencia a la lucha centenaria contra los moros y que avivó en tiempos de Bonaparte el sentimiento nacionalista español.
En el segundo lienzo, el más conocido, Goya representa la escena de la ejecución de los involucrados en la revuelta que el primer cuadro mostraba. Las tropas francesas parecen una máquina de matar, no asoman sus rostros y sus oscuros uniformes les convierten en los verdugos de los sacrificados por la libertad, quienes mueren con los brazos en cruz, para recordarnos el martirio del que son víctimas.
Estas dos pinturas son exhibidas hoy en el Museo del Prado, estuvieron en el Palacio Real, en Madrid, hasta 1834. Entre 2007 y 2008, ambas obras fueron sometidas a un cuidadoso proceso de restauración que revirtió daños ocasionados en 1936, cuando, en su traslado fuera del Prado al estallar la Guerra Civil, el camión que las movilizaba sufrió un accidente en Benicarló. En 1941, se intentó una primera restauración para rellenar las faltas de capa pictórica perdidas en el mencionado accidente, pero será éste último proceso de restauración el que logre la reintegración esas lagunas de color.
A pesar de que Sorolla creara la obra suya antes mencionada para la Exposición Nacional Española de 1884 y ésta obtuviera Medalla de Segunda Clase, lo que dio impulso a la carrera del pintor, éste parece no haber estado nunca conforme con la gran pintura de historia al comentar: “Aquí, para darse a conocer y ganar medallas, hay que hacer muertos.”
Sorolla pinta este ineludible episodio de la historia española reciente, porque se le mira como génesis de la España moderna. Evidentemente con un propósito distinto al de Goya, quien pintó con la historia en la cara, enfurecida y rabiosa.
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